Un buen día, Jesucristo decide regresar a la tierra. Siente curiosidad por ver cómo ha evolucionado aquélla iglesia primitiva que él erigió en compañía de 12 hombres humildes, de la extracción más baja. Y va y se encuentra con una iglesia aliada descaradamente con las peores dictaduras de la derecha, una iglesia cómplice de los explotadores, una iglesia que bendice a los verdugos que masacran a los humildes, una iglesia hipócrita que condena atrozmente todo lo que no se ajusta a su moral de vía estrecha mientras disculpa y encubre a los curas pederastas, una iglesia que condena el aborto pero bendice la pena de muerte, una iglesia que utiliza el púlpito como centro de conspiración política. Y Jesucristo, ante tanto disparate, ante tanta desvergüenza, ante tamaña prostitución de su obra, se queda absolutamente acojonado, y se retira al cielo profundamente deprimido, mientras se pregunta: "¿para qué coño me dejaría yo crucificar?"
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